Un día cualquiera, sin saber por qué ni cómo, te encuentras cara
a cara con un código de barras al lado de tu nombre y una fecha de caducidad…
que es la tuya.
Suele ocurrir tras un dolor que ya dura demasiado, tras una
analítica de rutina en la que alguien con una bata blanca y cara seria quiere
indagar más, tras una mamografía de control, tras cualquier cambio en tus
hábitos normales, tras una temporada en la que te encuentras más cansado o
adelgazas sin motivo aparente (será el estrés, este ritmo de vida endiablado),…
o tras nada en particular.
Entonces ocurre que el horizonte se acerca, las distancias se
acortan, se pierde la perspectiva, se difuminan los colores y predomina el
blanco y negro, el reloj pierde horas, lo que antes era el mañana viene a ser
esta misma tarde, lo postergado es una pesada mochila sobre los hombros, los
sueños se convierten de repente en cuadros pintados sobre la pared en los que
tú ya nunca estarás. Tus rutinas, tus quejosas rutinas diarias, se convierten
en, como dice Serrat, “nada más amado que
lo que perdí”… y ahora te das cuenta! El tiempo perdido quedará bajo la
almohada. Y el porvenir convertido en deseos inertes, envueltos en brillantes lágrimas,
pequeños diamantes ya sin valor.
La gente caminará a tu lado sin saber nada sobre la pesadilla
que estás viviendo, seguirán a lo suyo como siempre… y tú a lo tuyo. Serás como
un cuerpo envasado al vacío con la etiqueta de perdurable y, si aún tienes
menos suerte, con una pegatina amarilla que indica caducidad próxima.
A mí, a ti o a él. Todos jugamos a vivir… y a morir, sin duda
alguna.
Por eso hoy es hoy, y yo SoY y eSToY. Y tú eReS y eSTáS.
Basta para ser feliz o no?
2 comentarios:
Precioso, como todo lo que escribes. Un beso para celebrar que estamos!!
Gracias Matute! Buscar lo que nos une para ser y estar.
Besosmil
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