Amalia no llega a los 50 años. Un padre que la maltrató a
ella y a su madre ha marcado su vida. Separada y madre de dos hijos, repitió la
historia. Se separó cuando reunió el valor suficiente y sus hijos dejaron de
depender de ella. Se fue de su gran ciudad, se alejó de su familia y comenzó
desde cero en un pueblo rodeado de olivos y saltos de agua. Encontró un
compañero y a partir de una cuadra medio destruida, allá en las eras, hicieron
un hogar amable y confortable, con unas vistas increíbles y un huerto que ha
sobrevivido al perro, a los gatos y a las heladas de esa fría zona.
Abro la puerta del coche y Lucas, el perro, nos da la
bienvenida. Antes de entrar Pepe, su compañero de vida, nos cuenta lo duros que están siendo los últimos meses asistiendo día a día, impotente,
al deterioro imparable de ella. Ella, sentada junto a la ventana, el sol entero
en su regazo, nos sonríe al entrar. Tiene unos ojos azules que nadan en agua,
parece que nos miran a través de un cristal.
Amalia habla claro, no le gusta que le mientan. “Ayer hablamos con Pepe de la muerte, de la mía. De si él se quedará en esta
casa o se irá con sus hijos… me ha dicho que se quedará, menos mal!
Estamos enamorados de esta casa.” Yo
también me enamoré nada más entrar, te abraza y es muy cálida, como un bollo
recién horneado. No sé si me sedujo ella, la casa o las dos.
Por cierto, sabe utilizar los géneros al uso. Al coger la
manta, con la bandera independentista catalana, para ponérsela sobre las piernas
dice: “Me la han regalado mis nietos. A
mí me da igual independencia que independencio!”
Camina muy torpemente hasta el dormitorio, quiere
enseñárnoslo, sobre todo las vistas desde el gran ventanal. Mientras rodeo con
mi brazo su cintura, porque no me fio, me pregunta cuándo y cómo será. Hablamos
bajito, en tono íntimo, tanto que siento como me sumerjo y me empapo de azul en
sus acuosos ojos. Nadamos juntas como si fuéramos delfines haciendo piruetas en
un mar calmo. No intuyo miedo, ni culpa, ni amargura… dulcemente, siento paz. Me lo ha hecho muy fácil. Me ha enseñado que
se puede vivir y morir en paz, a pesar de todo. A pesar de la vida.
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