Este es el blog de un equipo de Cuidados Paliativos... trabajamos "a pie de cama", en el domicilio del paciente, en su espacio más íntimo y personal.

Todos los días hay un viaje distinto, duro, sorprendente, triste, emocionante... y con un final.

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sábado, 24 de febrero de 2018

a PeSaR De La ViDa...


Amalia no llega a los 50 años. Un padre que la maltrató a ella y a su madre ha marcado su vida. Separada y madre de dos hijos, repitió la historia. Se separó cuando reunió el valor suficiente y sus hijos dejaron de depender de ella. Se fue de su gran ciudad, se alejó de su familia y comenzó desde cero en un pueblo rodeado de olivos y saltos de agua. Encontró un compañero y a partir de una cuadra medio destruida, allá en las eras, hicieron un hogar amable y confortable, con unas vistas increíbles y un huerto que ha sobrevivido al perro, a los gatos y a las heladas de esa fría zona.

Abro la puerta del coche y Lucas, el perro, nos da la bienvenida. Antes de entrar Pepe, su compañero de vida, nos cuenta lo duros que están siendo los últimos meses asistiendo día a día, impotente, al deterioro imparable de ella. Ella, sentada junto a la ventana, el sol entero en su regazo, nos sonríe al entrar. Tiene unos ojos azules que nadan en agua, parece que nos miran a través de un cristal. 

Hace pocos años le diagnosticaron un cáncer de mama. Tras la intervención y los tratamientos posteriores lo tenía medio olvidado, hasta que una revisión se lo devolvió a la memoria. Unos días antes había notado que perdía fuerza en las manos y se sentía torpe al caminar, incluso llegó a caerse sin motivo aparente. “El bicho” se había hecho fuerte en su cerebro.

Amalia habla claro, no le gusta que le mientan. Ayer hablamos con Pepe de la muerte, de la mía. De si él se quedará en esta casa o se irá con sus hijos… me ha dicho que se quedará, menos mal! Estamos enamorados de esta casa.” Yo también me enamoré nada más entrar, te abraza y es muy cálida, como un bollo recién horneado. No sé si me sedujo ella, la casa o las dos.

Por cierto, sabe utilizar los géneros al uso. Al coger la manta, con la bandera independentista catalana, para ponérsela sobre las piernas dice: “Me la han regalado mis nietos. A mí me da igual independencia que independencio!”

Camina muy torpemente hasta el dormitorio, quiere enseñárnoslo, sobre todo las vistas desde el gran ventanal. Mientras rodeo con mi brazo su cintura, porque no me fio, me pregunta cuándo y cómo será. Hablamos bajito, en tono íntimo, tanto que siento como me sumerjo y me empapo de azul en sus acuosos ojos. Nadamos juntas como si fuéramos delfines haciendo piruetas en un mar calmo. No intuyo miedo, ni culpa, ni amargura… dulcemente, siento paz.  Me lo ha hecho muy fácil. Me ha enseñado que se puede vivir y morir en paz, a pesar de todo. A pesar de la vida.




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