He encontrado este documento
fantástico. Un tema difícil que, no por repetido, pierde actualidad e interés.
La doctora África Sendino Revuelta,
médico internista del Hospital Universitario La Paz, de Madrid, mantiene esta
correspondencia con un paciente terminal.
Mi querido paciente y amigo: Hoy,
al salir de su habitación, después del paso de visita de esta mañana, su mujer
me ha entregado un sobre que contiene sus voluntades anticipadas.
Me dijo que las redactó usted
hace unos meses, cuando le diagnosticamos esta enfermedad que, a pesar de todo
el esfuerzo que juntos hemos hecho, nos está ganando el terreno de su ya frágil
salud.
Le confieso que he caminado hacia
mi despacho lentamente, sintiendo cierta tristeza al comprobar que yo era el
médico, o el equipo, en el que virtualmente pensó usted al redactarlo y al que consideraba
oportuno establecer ciertos límites en su actuación médica.
Me senté en mi silla, ante mi
mesa de despacho, sin poder impedir que la cabeza se me llenara de pensamientos
sobre qué puede haber conducido a nuestros enfermos a la duda de que alguna de
nuestras actuaciones no estén dirigidas al servicio de su bienestar, de su
recuperación -si cabe alcanzarla-, del alivio de su dolor y al consuelo de su
sufrimiento.
¿Por qué se ha deformado la
imagen de unos profesionales como personas obstinadas en provocar agonías
interminables o en impedir que la muerte, cuando se anuncia como irremediable,
acaezca?
¿Acaso parece que no aspiramos ya
a aliviar los síntomas y el dolor como objetivos prioritarios en todo momento?
Por fin me decidí a leer el contenido
del sobre, dispuesta a conocer cuáles eran sus Instrucciones, redactadas para
el momento en que ya nos encontramos.
No me rehuyáis la mirada
«Éstas son mis instrucciones previas, por si cupiera la duda de qué es lo que deseo que se haga hacia mi persona cuando la enfermedad me conduzca a una situación irreversible, terminal. Van dirigidas a mis médicos, a mis amigos, a mi familia.
Nunca me digáis: No podemos hacer nada más, porque eso nunca será
cierto.
No me rehuyáis la mirada, cuando la mía sea angustiada; no desviéis
vuestra atención cuando no sepáis qué responder o qué decirme; prefiero vuestro
silencio respetuoso cubriendo y amparando mi dolor. Es vuestra presencia
cercana, oportuna y... a veces breve, la que me consuela, no vuestro afán por
intentar encontrarle respuesta a todo.
No intentéis nutrir mi esperanza cambiándome de tema, como he visto
hacer a veces, derivándolo al dolor que también vosotros padecéis a causa de
vuestro juanete izquierdo, o de la jaqueca que tuvisteis ayer,... o a cualquier
otra trivialidad. No administréis a mis quejas fáciles colofones, que a veces
se vuelven patochada, del tipo de ¡ya vas a ver que esto no es nada! Regaladme
con el consuelo que para mí supone desahogarme comunicándoos mis dolores, mi
pena, mi preocupación y sentirme comprendido.
No me sometáis a pruebas inútiles en este momento, como apelar a mi
fortaleza anterior ante las adversidades, la de mis tiempos de salud. Me
rechinaría escucharlo, porque eso no haría más que hacerme presente alguna de
las pérdidas que me ha conllevado ciertamente la evolución de mi enfermedad.
No me hagáis sentir vergüenza por mi miedo; lo que necesito es estar
seguro de que voy a ser tratado en mi final como lo fui cuando empezó esta vida
que se me acaba: querido, cuidado y asistido.
Cuando mis efectos vayan decayendo, necesitaré mayor dosis de vuestros
afectos.
Ayudadme a reconciliarme con mi muerte, dejándome hablar de ella con
vosotros, si así lo deseo. No sabéis el bien que recojo cuando me permitís
hacerlo, sin mitos, sin morbo, sin censura. Éste es el único medio
extraordinario del que quiero beneficiarme. Ya sé que os es muy duro, que os
provoca ansiedad, pero acompañadme en este proceso. No me dejéis solo.
Acercadme todos aquellos procedimientos que contribuyan a que pueda
vivir con paz este tiempo, técnicos, psicológicos, espirituales...
Asistidme, o hacedlo por mí si yo no puedo, para que la hora anunciada
en el rezo tantas veces -en la hora de nuestra muerte- se realice ya en mi
propio ahora. En mi ahora».
Al terminar la lectura de sus
Instrucciones anticipadas, yo, querido paciente, me he permitido responderle
mediante esta carta: gracias por pedirnos aquello por lo que ya es noble
hacerse médico.
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