En el magnífico blog La consulta del doctor Casado encontré ayer una entrada que
habla de la dificultad de afrontar la muerte, tras la visita de una paciente con
una enfermedad oncológica.
La visión de un médico que atiende una consulta de Atención
Primaria en la cual, a menudo, atiende a pacientes en situación de enfermedad
terminal y que se plantea la necesidad de dar espacio, tiempo y coraje para
vivir estas situaciones. Me parece interesante compartir sus reflexiones.
Relato: La desesperanza
Desde que la conocía sabía que su principal problema de salud
se llamaba desesperanza. Era joven pero su cara traslucía una profunda desazón,
un velo de continua infelicidad. Acudía cada cierto tiempo a consulta por
problemas físicos, dolores de espalda, insomnio, cefaleas, cansancio crónico...
Pura desesperanza, un mal ante el que la medicina moderna es del todo ineficaz.
Años después fue diagnosticada de un problema digestivo que requirió una
operación. No llevaba bien lo de la bolsa de colostomía, de hecho la confinaba
en casa. Sentía pánico tener que evacuar heces estando en la calle y que el
adhesivo se despegase.
Escucharla con la máxima atención, comprender nítidamente lo
que la estaba pasando no era suficiente. Ella necesitaba cambiar algo para lo
que los antidepresivos, tranquilizantes y quimioterapias no servían. La dejó
hablar veinte minutos y desgranar uno a uno todos los problemas que sitiaban su
alma en un cuadro que semejaba el
infierno de Brueghel.
Cuando hubo terminado decidió hacerle una pregunta que había
surgido con fuerza mientras escuchaba. No acertó, no era la pregunta adecuada.
Añadió entonces unas recomendaciones realmente pertinentes que mejoraban mucho
su calidad de vida. Fueron bien recibidas. Empatizó, trató de reforzar las
capacidades de desahogo y curación de la propia paciente. Terminó con un
comentario agradable y una sincera sonrisa. Ella se la devolvió al darle la
mano para salir, incluso le miró a los ojos, cosa que le costaba mucho hacer.
En el silencio posterior se sentía inquieto. Tuvo que salir
del despacho y caminar despacio en soledad por la parte posterior del
ambulatorio. Había fallado. No había conseguido pulsar la cuerda adecuada. La
paciente había perdido diecinueve kilos, las cosas no iban bien. Respiró hondo.
Lo volvería a intentar.
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