Hace unos días terminé una novela de intriga titulada Hacia la Luz (Care Santos, Espasa Calpe) que tiene como telón de fondo la asistencia a los enfermos terminales. No es un libro sobre la muerte, pero contiene algunos párrafos que no tienen desperdicio:
Espasa, Madrid, 2008. 302 pp ISBN: 978-84-670-2909-3 |
(…) Se trata, en realidad, de una actitud muy común en la profesión médica. Hay médicos que temen hablar con sus pacientes moribundos. ¡Hablar! ¡Como si les hiciera algún mal! No se dan cuenta de que son, justamente, los que están más cerca de la muerte quienes más necesidad tienen de hacerlo. La muerte clarifica las ideas, devuelve cada cosa a su lugar. Las personas que han estado lo bastante cerca como para darse cuenta, experimentan una transformación que les hace mejores, que les da otra dimensión espiritual. Por eso a menudo sus palabras necesitan una interpretación, como si fueran mensajes cifrados, y la mayoría de sus enfermeras dejan de prestarles atención creyendo que desvarían. Hacen todo lo contrario a lo que deberían hacer. Estos pacientes requieren de alguien que les tome en serio, que no les trate como enajenados, que no tenga prisa. Alguien con quien compartir su experiencia final.
-Hay quien cree que lo mejor es que los enfermos terminales no sepan que se están muriendo.
-¡Soberbia estupidez! A los que defienden la conspiración de silencio les gusta hablar de la “verdad soportable”. Otra gilipollez. ¡Como si no fuéramos capaces de soportar una mala noticia! Sólo quien sabe lo que le ocurre puede prepararse para ello, y aprovechar el tiempo mientras aún te queden fuerzas es un derecho de todos nosotros. Lo que me parece terrible es privar a un moribundo de ello- tomó un sorbo de champán-. Te asombrarías de las ganas de hablar que tienen los enfermos terminales. Les gusta analizar el sentido de la vida, del tiempo, de la espiritualidad, de las cosas que han hecho o de las que dejaron por hacer."
El concepto de verdad soportable es paternalista e interesado. Cabe preguntarse: ¿Soportable para quién?, ¿Para el enfermo o para el médico, al que le resulta más cómodo ocultar todo aquello que pueda comprometer sus emociones, evitando las preguntas radicales que no tienen respuesta?
La verdad, la realidad, existe independientemente de que se hable o no de ella. Estamos hablando de soledad, de dejar aún más sólo al paciente en fase final, en sus últimos días. Mejor término es el de información, diálogo, cómo dar malas noticias, cómo amortiguar el impacto…
Siempre hay que decir la verdad, informar de lo que hay con responsabilidad, respetando el ritmo que marque el paciente al que debemos acompañar y cuidar hasta el final de su vida.
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