… nuestra profesión es
especial. Especial en el sentido de estar en uno de los momentos más difíciles
de la vida de una persona: la pérdida de alguien querido. Aprendemos
constantemente de la muerte y de la vida.
… La primera sensación tras la
pérdida es la soledad. La pena es propia y difícilmente compartible.
“El verdadero dolor es
indecible. Si puedes hablar de lo que te acongoja estás de suerte: eso
significa que no es tan importante. Porque cuando el dolor cae sobre ti sin
paliativos, lo primero que te arranca es la palabra.” (La ridícula idea de no volver a verte, de Rosa Montero).
… No hay tiempo para consolar.
Y con la frase recurrente de que el tiempo todo lo cura, en sus manos lo
dejamos. Ya se pasará, decimos. Es ley de vida. Y cuando no lo es, la gente se
queda muda, no sabe qué decir, o lo que es peor, se dicen cosas sin sentido
alguno, porque esa muerte, efectivamente, no tiene ningún sentido. O eso nos
parece.
… Sólo quien ha sido consolado
sabe consolar. De la misma forma que ama el que ha sido amado.
… Tras la muerte de mi hermano
en accidente, a los veintiocho años, sufrí mi propia y más directa pérdida. A
pie de tumba, una prima se nos acercó a mi hermana y a mí y nos dijo que aunque
nos pareciera mentira llegaría un día en que nos daríamos cuenta de que había
sido mejor tenerlo esos años que no haberlo tenido nunca. Y es cierto. La vida
compartida con el que se ha ido tiene mucho más valor que el dolor de la
ruptura y el vacío que deja.
“Puedes llorar porque se ha ido
o puedes sonreír porque ha vivido; puedes cerrar los ojos y rezar para que
vuelva o puedes abrirlos y ver todo lo que ha dejado; tu corazón puede estar
vacío porque no le puedes ver o puede estar lleno del amor que compartisteis.
Puedes llorar, cerrar tu mente, sentir el vacío y dar la espalda o puedes hacer
lo que le gustaría: sonreír, abrir los ojos, amar y seguir.”
Escrito por Ana M. Gassió, es
parte del prólogo de Palabras que consuelan, de Mercè Castro Puig.
Imaginaos lo que es libro!!
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