Esta mañana hemos empezado temprano, teníamos muchas cosas
que vivir. Tras repasar el material que llevamos en el maletero del coche, nos
hemos puesto en marcha.
La primera parada ha sido en nuestra gasolinera de referencia
que permanece casi inactiva, solo abierta para transportistas, coches que
realizan servicios imprescindibles… y para nosotras. Desde que empezó todo esto
nos regalan el café y una pasta. Hoy ha sido especial porque nos hemos
encontrado con el “alcalde”, un camionero de Madrid que realiza viajes llevando
artículos de primera necesidad y con el que hacía años que no coincidíamos. Una persona afable y sensible al que le encanta nuestro trabajo y que, anteriormente, mientras nos peleábamos
por ver quien pagaba el café, nos contaba anécdotas del suyo.
Hemos aparcado en la plaza del pueblo. Unas cuantas personas
hacían cola para comprar en la única tienda, de esas que tienen absolutamente de
todo, con sus mascarillas y guardando las distancias. Nos hemos metido por una
calle estrecha y en el patio de la casa nos hemos puesto las batas, que hoy son
amarillas en lugar de verdes o azules. De esta guisa, con nuestras mascarillas,
gorros y guantes hemos aparecido en el dormitorio de Esteban, quien sorprendido
nos ha preguntado: “ Van de carnaval o
qué?”, el perro dormido en su regazo. "Din es muy listo, sabe cuando estoy muy mal y me van a ingresar, unos días antes no deja de mirarme fijamente... y yo le digo: ya Din, deja de mirarme!". Su nieta de 4 años nos miraba, nos seguía y nos enseñaba sus juguetes
a una distancia prudencial, entre la curiosidad y el asombro, sin miedo.
Y así todo el rato.
La siguiente visita ha sido a Ramón. Era la primera vez que
nos veíamos y, sin preguntar apenas, nos ha contado casi todo lo que queríamos
saber. “Ya sé que tengo cáncer y que no
tiene remedio. No quiero que se alargue demasiado y sólo pido no tener dolor”. Mientras,
su hija con lágrimas en la cara, observaba la escena desde el quicio de la
puerta. “Hace un tiempo fui a la oncóloga
y, después de mirar un buen rato el ordenador, me dijo: le voy a decir una
cosa, su enfermedad no tiene cura y nos quedan unos meses… y yo le dije: pues
le voy a decir otra cosa: me importa un rábano irme al otro barrio”. Se ríe
y casi se atraganta mientras nos lo cuenta. “Ah! y otra cosa, me tenían que operar de cataratas y el médico me dio cita
para dentro de 9 meses y le contesto: pues si que me da una esperanza de vida
larga!”. Luego se pone serio. “Yo
siempre he sido así… con este humor. He sido director de una empresa con muchos
empleados a mi cargo, he tenido que tomas decisiones difíciles, he visto muchas
cosas y no tengo miedo. Tengo todo resuelto, mi mujer falleció de cáncer hace
10 años y desde entonces sólo tengo ganas de volver a verla”.
Luego vemos a Teresa. Está soportando una agonía larga, con gran sufrimiento
emocional, pero entera y sin dolor ni otros síntomas, ya controlados. Sus hijos
están enfrentados desde hace tiempo. “Yo no
me voy hasta que estos dos se arreglen. Ah! y además, quiero daros un beso y un
abrazo antes de irme... así que ya podemos esperar”.
Vuelvo a casa. Me confino y pienso.
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