Ahora, el cabello de Carmen empieza a caerse de verdad. Por la mañana, su almohada está llena de pelos. Desde ayer, puede arrancarse mechones enteros sin que le duela.
Por la noche se mira en el espejo del cuarto de baño con la cabeza un poco inclinada hacia abajo.
- Se está quedando en nada, verdad?
- Bah, aún puede pasar.
- Bah, aún puede pasar.
... El momento que vengo temiendo desde hace semanas se acerca a pasos agigantados.
- Y si lo eliminamos del todo? - tantea indecisa.
- Quieres que te lo corte yo?, - propongo mirándola a través del espejo. (Uf! Lo he dicho en serio??)
- Te atreves... lo harías? - pregunta con vacilación, casi con timidez.
- Por ti claro que lo haría.
- ... Tiene que quedar bien lisa, que no pique debajo de la peluca.
- Quieres que te lo corte yo?, - propongo mirándola a través del espejo. (Uf! Lo he dicho en serio??)
- Te atreves... lo harías? - pregunta con vacilación, casi con timidez.
- Por ti claro que lo haría.
- ... Tiene que quedar bien lisa, que no pique debajo de la peluca.
Por dónde empezar?, alguien me lo puede decir? Por la parte de atrás, pienso, para que ella no vea de golpe el primer trozo de cuero cabelludo desnudo cuando le pase el aparato. Sí. Primero la parte de atrás.
... Doy un profundo suspiro, pongo en marcha la máquina de afeitar y se la paso desde la nuca hacia arriba, rapando una franja de unos cuatro centímetros de ancho. Le doy inmediatamente un beso en la mejilla. Ella ve en el espejo su largo cabello caído sobre la toalla, se tapa la boca con la mano y empieza a llorar. Yo trago saliva, pero sigo afeitando imperturbable, besándola cada par de segundos en la cabeza. No decimos nada.
Diez minutos más tarde, Carmen está calva.
Del libro “Una mujer va al médico” de Ray Kluun
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