Cuando escribía estas líneas estaba esperando una llamada.
La que me comunique que Pilar ha muerto. Porque ahora sólo nos queda
esperar eso: a la muerte que por fin dará reposo a su cuerpo y, si hubiera algo
más allá, también paz a su alma.
Cuando los gritos se hicieron insoportables, cuando la voz
de su agonía desgarraba el aire y se clavaba como un puñal en el alma de los
que la queremos, los médicos consintieron enchufarla a una bomba de morfina.
Dosis controladas, un poquito más cada vez porque el cuerpo se acostumbra
rápido. Y a esperar. Esperar hasta que su corazón diga basta. Entonces
me llamarán. Pilar ha muerto. Y yo pensaré que tendría que haber muerto antes.
Porque lo que hay en esa cama de hospital ya no es ella. Lo que está
allí tendido es un corazón, dos pulmones, un estómago, unas piernas. Es un
grupo de células que juntas ya no forman a una persona sino un cuerpo
agonizante en sus últimos estertores.
-“¿Y no podemos evitar esto? “, preguntaba uno de sus hijos
mientras el cuerpo de su madre, hinchado y deformado, cogía el aire a bocanadas
cada vez más cortas y agónicas. Pues sí, podría evitarse, ayudando a
morir a ese cuerpo de forma rápida en indolora. ¿Por qué un enfermo terminal
irreversible sólo puede agonizar hasta que le llegue la muerte? ¿Por qué
hay veces en que la única manera de morir sea pasando por un sufrimiento
insoportable? Sufre el enfermo. Sufre la familia. Sufren los amigos. Y es casi
como vergonzoso pensar muérete, muérete ya y descansa, no te mereces
esto. ¿De qué sirve tanto dolor? No se debería obligar a nadie a vivir (bueno,
en realidad, no a vivir, sino a seguir existiendo) en contra de su
propia voluntad, cuando ya no hay retorno y el cuerpo sólo es eso, un cuerpo
sin persona.
Mi abuelo se dejó morir. Llegó un punto en su vida,
más allá de los noventa años, en el que decidió que ya no quería vivir.
Superviviente de la Guerra Civil, y de la aún peor postguerra en el bando de
los vencidos (años sin apenas dormir ni comer para que sus hijos no murieran
de hambre), su cuerpo se recuperó, pero nunca su alma. Y ya muy mayor y
débil dijo basta. Se mató de la única manera que sabía: de hambre. Un
día se negó a comer. Y ya no hubo manera. Se arrancaba incluso la sonda
nasogástrica. Dejadme morir, decía. Dejadme morir.
Ayer, el Congreso, nuestro Congreso de los Diputados, el
Congreso de todos los españoles, rechazó una iniciativa a favor de una Ley
nacional sobre la Muerte Digna. La presentó el PSOE, pero PP y CiU votaron
en contra. El texto proponía que el paciente pudiera rechazar, en el
proceso final de su vida, las intervenciones y tratamientos que los médicos le
propusieran. El portavoz socialista en materia sanitaria insistió en que el
paciente tiene derecho a la dignidad, su familia tiene derecho a recibir apoyo
emocional, y los médicos tienen derecho a sentirse jurídicamente protegidos.
Disponer de la propia vida debería ser el derecho más
básico de cada persona. Y morir dignamente debería ser algo que las leyes
no pueden escatimar a nadie. Se debe luchar hasta el último aliento, pero
también reconocer y aceptar que hay un punto de no retorno. Adiós, Pilar.
Adiós, iaio. Adiós.
Carme Chaparro.
27 jun. 2012
1 comentario:
Una vez más completamente de acuerdo contigo. Desgraciadamente , las cosas importantes de lavida siguen estando en manos de políticos sin dignidad ni principios. Por eso es tan importante que haya personas como tú que saben acompañar hasta el final..................aunque duele tanto que , ojalá veamos amanecer un día que ésto haya cambiado, para bién de todos.
Tampoco entiendo que el Psoe no presentara la iniciativa cuando gobernaba y no ahora que sabe que no prosperaría. El cinismo y la hipocresía hacen más daño y causan más dolor , a veces , que la propia enfermedad y la muerte.
Un besazo , querida Violeta. Gracias por emocionarme siempre.
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