(Hemos tardado unos
días, pero aquí va la segunda parte.)
Interacción
médico - paciente con enfermedad terminal.
Si el médico desconoce su función de cuidar, se produce una
sensación de fracaso y rechazo hacia el paciente que va a morir. El enfermo
percibe que se le abandona y que su familia toma una actitud similar, entrando
así en un aislamiento que no debe confundirse con aceptación. El aislamiento
aquí es una protesta y una manera de decir: “pues
si me abandonáis, yo no voy a daros lo último de mi tiempo”.
Nuestra experiencia nos indica que en la mayoría de los casos
el paciente sabe que va a morir, pero no siempre lo comunica. Muy
frecuentemente entra en el doloroso juego al que le somete el equipo sanitario
que le asiste y la propia familia: “ya
verás cómo mejoras,… se te ve mucho mejor”. El paciente sigue el curso de
esta situación falsa que no le permite expresar sus propios sentimientos. El
resultado es un sufrimiento psíquico intenso que le impedirá morir con
aceptación y tranquilidad.
Interacción paciente -
familia.
La familia sigue, casi siempre, la faceta cultural de su
especial criterio frente a la muerte, reforzado o modificado por la actitud o
sugerencias del equipo médico. Cada familia vive la relación con el paciente
siguiendo las pautas de conducta que ha mantenido cuando el enfermo estaba
sano. Uno piensa que una familia armoniosa tiene más recursos para cuidar a uno
de sus miembros que una en la que los conflictos existen previos a la
enfermedad. Sin embargo, esto no es así. La enfermedad terminal moviliza la
patología familiar encapsulada justamente cuando se necesita mayor solidaridad
y apoyo. El paciente puede encontrarse con respuestas familiares que lo alienan
aún más.
Importancia de la fase
terminal.
Ya hemos mencionado que los días o semanas previos al
desenlace constituyen para el paciente los más importantes de su vida. Si el
objetivo es que éste pueda morir con aceptación y tranquilidad, este último
periodo es de una gran actividad psíquica. El paciente hace un balance de sus
relaciones, de su vida, intentará reconciliarse consigo mismo, con su fe si la
tuviese, con su familia, con los miembros del personal sanitario,…
Pero debido muchas veces a su situación de debilidad o dolor,
no puede llevar a cabo esta tarea, dejando así un trabajo incompleto y llegando
a su muerte con sensación de verdadero fracaso y desesperación. Es aquí donde
el equipo sanitario y la familia pueden ayudar al paciente a negociar esta
etapa. No existe una manera de morir ni una forma de tratar al paciente
moribundo, sin embargo, existen tantas muertes y formas de asistirla como
individuos hay. Cada persona experimenta la etapa final de su ciclo vital de
manera única e intransferible. Por lo tanto, es imposible estandarizar una
metodología para tratar a estos pacientes como se estandariza un protocolo de
quimioterapia.
Pero si existe una terapia eficaz, individual y
personalizada. La base de la misma radica en la aplicación de la teoría y del
método psicoanalítico que nos permitirá comprender el lenguaje del enfermo.
Como describía Freud, la mente humana tiene procesos inconscientes que
determinan su conducta y las pautas de normalidad y patología. Cuando un
individuo enferma de una dolencia fatal, se exacerba su patología psíquica
preexistente, superponiéndose a nuevos cuadros psicopatológicos propios de la
situación.
En cuanto a la metodología distinguimos dos apartados:
Control de la sintomatología del paciente, cuyo objetivo es mantenerlo
confortable y alerta mediante las técnicas adecuadas que controlen sus
múltiples y diversos síntomas, y la aplicación de los recursos que nos ayuden a
controlar la psicopatología emocional del paciente y su familia, tanto durante
la fase de la enfermedad terminal, como posteriormente en el duelo.
Es fundamental crear una atmósfera de mutua confianza, para
lo que se necesitan dos elementos básicos indispensables: tiempo y una actitud de escucha. Esta relación permite una actitud
de descubrimiento conjunto y, ligados por este vínculo, el terapeuta funciona
como objeto reestructurante del paciente, existiendo la posibilidad de la
sorpresa y del descubrimiento recíproco, de una tarea conjunta y creativa.
El cuidado del paciente permite así reelaborar sus
conflictos, reconciliarse con él mismo, con su entorno y con su familia, en
suma vivir su etapa final como algo creativo donde él es el protagonista vital.
Y, por otra parte, se evita la sensación de fracaso en el personal que lo
asiste, ya que, cuando hacemos el balance una vez que el paciente ha fallecido,
nos damos cuenta de que lo hemos ayudado a despedirse y a morir con aceptación.
El paciente completa su ciclo vital y el personal que lo ha acompañado gana
esclarecimiento sobre las formas de morir y aprende a manejar mejor una
situación límite, que algún día será también la nuestra.
En nuestra sección de Oncología seguimos este quehacer diario
y podemos asegurar que aquellos intocables que veíamos antes, aquellos
terminales que evitábamos, hoy nos brindan, en la reciprocidad que emerge del
encuentro diario, una situación vivencial y emocional que nos enriquece.
Extraído de un artículo de:
J. Sanz Ortiz y R.E. Bild*
Jefe de Sección de Oncología.
Servicio de Medicina Interna.
Centro Médico Marques de Valdecilla.
Santander
*Psicoanalista del King´s Collega
London
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