Ayer nos fuimos de tapas con V., un cuidador de 90 años.
Llevábamos días resistiéndonos al vermú que nos tenía preparado siempre en casa cuando íbamos a visitar a su esposa, pero ayer fue diferente. Le notamos frágil, muy cansado, agotado, a puntito de tirar la toalla,....y allí que nos fuimos.
En el bar cambió, se sintió sin presión, disminuyó la tensión que mantiene día y noche, la soledad que le acobarda, perdió la máscara de fortaleza con la que se disfraza cada mañana al levantarse, se relajó y nos contó....
Cuando nos despedimos, empezó a llorar como un niño, dándonos la espalda para que no le viéramos,.... pero le vimos y nos caló.
Detrás de cada cuidador hay una historia, una gran historia.
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