No sabemos lo que perdemos cuando esquivamos a los pacientes terminales y sus “preguntas dolorosas”. Si uno está interesado en la conducta humana, en las adaptaciones y defensas que tenemos que usar para afrontar una enfermedad progresiva, entonces podremos seguir aprendiendo. Si nos sentamos y escuchamos, y repetimos nuestras visitas, el paciente pronto nos mostrará su confianza, porque hay alguien que se preocupa por él, que está disponible, que se queda por ahí. El hará todo lo posible para que no se le olvide, comentará sus mayores deseos, sus necesidades más sentidas, quizá como un último grito… "Estoy vivo, no os olvidéis de eso, podéis oír todavía mi voz”.
Un paciente al que se respete y se comprenda, al que se preste atención y se dedique un poco de tiempo, se sentirá un ser humano valioso, del que se preocupan y al que permiten funcionar al nivel más alto posible mientras pueda. Escucharlo, estar con él, será una lección y un regalo para nosotros.
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