... el marido, los amigos y su hija.
Cuando el médico se limita a informar, la tarea de decidir pasa al paciente y su círculo más inmediato. En ese momento el relato retrata al grupo de personas aparentemente más cercano a Liz.
Cuando les hace saber de su intención de suicidarse, es como si los amigos lo tuvieran claro de antemano, sin embargo su amiga Olga le pide que lo piense más, que no ceda tan fácilmente a la tentación de irse de esa manera:
"Puede que haya llegado el momento de que aprendas a necesitar de la gente, Liz. Y a tener paciencia. [...] es como si tu muerte y tú os miraseis a la cara como dos solitarios en un bar de solteros, que apenas se han hablado. No os habéis besado, ni tocado en realidad, pero estáis dispuestos a meteros en la cama juntos. "
Los amigos dan sus consejos con la tranquilidad de quien no tiene que convivir con la enfermedad y luego se van, o cuelgan el teléfono; el marido está más cerca de Liz, pero eso tampoco les sirve para comunicarse mejor. Liz le cuenta su decisión de suicidarse mientras discuten acerca de la limpieza del horno, y Elliott acoge sospechosamente bien la noticia. Es un hombre reservado; en los momentos más difíciles emocionalmente se limita a apretarle el hombro. Cuando Liz busca lágrimas en sus ojos, cree detectar “el borde brillante de una, como una lentilla.”
Se siente rechazada sexualmente; Elliott “no le coge el gusto a la necrofilia.” El resultado es más incomunicación y rencor:
“Bien, cariño, estoy bien. Estoy bien, maldita sea.”
Pero finalmente tiene que contarle la verdad:
"Te sientes bastante mal, ¿eh?, dice él, mirándose el reloj al mismo tiempo. Me suelta eso de te traeré algo, rico, cariño, como si fuera una jodida retrasada mental o algo así y se pudiese aliviar la monotonía infernal de mis noches con regalos de caramelos y tabletas de chocolate. Que lo pases bien, que lo pases bien, so gilipollas, yo no digo ni pío."
Mientras puede, Liz oculta a su hija preadolescente los síntomas de la enfermedad. Se esconde en el baño para vomitar y, le dice a travésde la puerta:
"Te vas a morir, ¿verdad?, ha dicho [...] he tenido ocasión de decirle: Después de todo eres joven y lo más probable es que no lo entiendas, y ha podido mirarme con esa mirada revuelta de desprecio y dolor que sólo conocen los de último curso de primaria y, después, cerrar los ojos como un ángel y caer entre mis brazos, sollozando, y yo también he llorado en ese pelo recogido detrás de las orejas y he maldecido a Dios por este día".
... lo prometo sólo queda el final.
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